Entre el hacer literario (leer, escribir, corregir) y la coordinación del Taller. Experiencias en los bordes de la escritura

La escritura como operación de encastre

Guillermo Daniel Fernández

Mesa: “Entre el hacer literario (leer, escribir, corregir) y la coordinación del Taller. Experiencias en los bordes de la escritura”

Toda actividad de escritura implica una “operación” de lectura, en el sentido de que es urgente leer para poder armar una cadena sintagmática. Hay una resonancia de situaciones que replican en un texto que nos recuerdan a otros. Escribir consiste en asentarse sobre lo ya escrito, no para repetir una matriz ya instalada, sino más bien para fijar “tonos” y aspectos de sonido. Resulta interesante asemejar el desarrollo de lo escrito a la tarea de los grandes policiales, como Dupin de Edgar Allan Poe. Se lee al escribir: las grafías que se van fijando en la hoja en blanco, nunca nos pertenecen del todo. Ya han correspondido a otro que quizá no conocemos, pero del que nos apoderamos para “actuar” un discurso. En un sentido, esa operación de selección y combinación de la que hablaba Roman Jakobson en Lingüística y Poética, resulta una investigación sobre qué hay debajo de cada palabra que se escribe. Una especie de “palimpsesto” en el que acople de los textos deja entrever un borde que se cree original o novedoso. El valor del texto escrito es poder tomar distancia de lo precedente, pero sin abandonar lo nuevo. La fonología enseño a trabajar sobre las invariantes y las variantes: un velo que deja vislumbrar que lo que cambia no hace más que fijar lo inmutable. Se necesita de lo clásico para reconocer lo nuevo. En una palabra, de qué recurso nos podríamos valer si Ulises hubiera sido arrastrado por las sirenas y su criada no lo hubiera podido reconocer su herida. Ese corte en el héroe épico es el ejemplo de todo lo que sigue en los relatos.  Hay que entender que, sin embargo, armar una historia no es de ninguna manera repetir o de no innovar. Siempre hay un héroe que sin pisar la arena de Troya toma un colectivo, compra un diario para enterarse de que los dioses lo empujan a batallar. Ese es el comienzo de cualquier cuento: un inicio ya moldeado y al que la palabra actual incorpora. Hablar de “inspiración” no corresponde a las prácticas de este siglo que habitamos. Hay que pensar en esculpir un mármol para dar otra forma. La gramática es una herramienta incuestionable. Ayuda a consolidar la fluidez y a ordenar la historia, poder volver hacia atrás, retomar y avanzar para “guiar” al lector. Habitamos un mundo de expertos en palabras, en giros que intentan sorprender. La verdadera escritura incomoda de la misma secuencia que las operaciones de montaje nos sacuden y nos vuelven la vista para retrotraernos al episodio inmediato. Eso es la última tarea en la que se empeña un escritor. El lector debe “mirar” con agudeza, con suspicacia. Observar se relaciona con el espacio en blanco y con el punto y aparte. En tener el ingenio de El Quijote que revisaba a su alrededor porque temía que sus “lecturas” no lo habían defraudado. El saber contar requiere de tiranos injustos y de verdugos que espían el error como castigo para no perdonar.

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